Nuestro cerebro ha desarrollado la capacidad de crear para nosotros un mundo inventado e imaginado por nosotros mismos. Muy pocos de nosotros vivimos en el mundo real. Vivimos en el mundo de nuestras percepciones, y tales percepciones difieren notablemente según nuestras experiencias personales. Podemos percibir ira donde no la hay. Si la distorsión es extrema, podemos pensar que vivimos entre enemigos cuando en realidad estamos rodeados de amigos.
Willard Gaylin, 1984
Tal como enuncia Albert Ellis, la ira puede considerarse como una de las emociones más destructivas. Sólo tenemos que observar el día a día en las noticias y constatar las consecuencias individuales y sociales de la falta de manejo y control de esta emoción. Sin ir tan lejos, es probable que todos conozcamos a alguien que con solo decirle una palabra “explota”, trayendo como consecuencia una serie de efectos negativos en sus relaciones personales y en su salud física y psicológica.
Todos nosotros en algún momento de nuestras vidas podemos experimentar esta emoción y expresarla, pero… ¿Cuándo empieza a considerarse un problema? Como otras emociones, en el momento en que la frecuencia e intensidad de éstas tienden a elevarse e interfieren con nuestro día a día. Y esto tiene una serie de consecuencias personales y sociales:
- Daño (muchas veces irreparable) a nuestras relaciones sociales y laborales.
- Se normalizan situaciones de agresividad.
- Se incrementa la posibilidad de sufrir enfermedades como alteraciones cardiacas.
- La capacidad para solucionar problemas va decreciendo debido a la baja tolerancia a la frustración.
- Surgen problemas emocionales como depresión o sentimientos de culpa.
¿Estas pueden ser razones suficientes para plantearnos un cambio?
Antes de dar la respuesta, tengamos en cuenta lo siguiente:
- La ira no suele reducirse si la expresamos activamente, sino todo lo contrario.
- La ira no se reduce solo por tomar un tiempo cuando estamos enfadados.
- La ira no nos ayuda a conseguir lo que queremos.
- Los acontecimientos exteriores no son los que provocan nuestra ira.
En terapia se intenta buscar soluciones a los problemas, en este caso ayudar a controlar la ira. Se trata de un abordaje realista e individual, en el que el paciente tiene un papel activo en su cambio. Bajo distintos planteamientos, a modo general, se quiere modificar el hábito de “enfurecernos”. Con esto nos referimos a modificar el habito conductual y de pensamiento.
Tal como nos dice Albert Ellis, máximo representante de la Terapia Racional Emotiva, se puede aprender a adoptar una postura intermedia y más racional. Es decir, podemos aceptar nuestro enfado por determinadas circunstancias y lanzarnos decididamente a mejorarlas, al tiempo que nos desprendemos de nuestras exigencias, o incluso de la idea de que nuestra vida es absolutamente horrible.
¿Qué tenemos que trabajar para alcanzar el cambio?
- Reconocer de manera decidida y persistente que nos sentimos insensatamente enrabietados en vez de razonablemente disgustados por sucesos desagradables.
- Reconocer que somos los principales responsables de nuestra ira y que tenemos la opción de seguir o no sintiéndonos de esa manera.
- Saber que podemos controlar y reducir claramente nuestros sentimientos tempestuosos, aunque pocas veces podamos reducirlos a cero.
- Reconocer que en la mayoría de los casos, las consecuencias de actuar bajo la ira nos daña más que favorece.
- Podemos aprender a estar menos enfadados, es práctica!
Deseo terminar esta breve reseña sobre la ira y sus opciones de abordaje con una frase de Erich Fromm: “no se logra nada importante sin aceptar la frustración”.
Referencias:
Beck, A. (2003). Prisioneros del odio. Barcelona: Paidos.
Ellis, A. (2007). Controle su ira antes que esta le controle a usted. Barcelona: Paidos.
Importante controlar la ira 😉